Como un presagio del destino, de pequeño su color favorito era el verde. Con apenas cinco años le pedía a su madre Aniana que le cosiera un pantalón, una remera o un chaleco en ese tono. Ella cumplía sus deseos, como si supiera que casi tres décadas después, su hijo materializaría ese tinte en un invernadero a casi 4000 metros de altura.
Alejandro Soriano, albañil y agricultor, se recupera del coronavirus. Encuentra paz y tranquilidad en su invernáculo ubicado a unos 25 kilómetros de la ciudad salteña de La Poma, cuyos cimientos comenzó a montar el año pasado y hoy rinde sus frutos en forma de acelga, remolacha, lechuga y hasta frutillas.
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/EA5HO7SHBZBWJNBVJMXBCZE2GM.jpg)
Hasta aquí la historia parece una más, pero fue al periodista de El Tribuno, Antonio Gaspar, a quien Soriano le comentó que, según le indicaron unos ingenieros, su invernadero estaba construido a 3965 metros sobre el nivel del mar. El redactor comenzó a indagar y descubrió que el invernáculo más alto del mundo está ubicado en Nepal, en la cordillera asiática del Himalaya, y que supera apenas por 27 metros la obra del salteño.
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/C4ZTA6MPVBGSXBOA2MXNTEZPBQ.jpg)
“Me enteré de todo esto por la nota: yo no sabía que era el segundo más alto del mundo, si no, lo hubiese construido un poco más arriba”, dijo Soriano a TN, entre risas, desde su casa situada unos dos kilómetros más abajo, en el Paraje Corral Negro.
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/XBPNTCZAUNHHTJEWTP7BJO4EKQ.jpg)
Gracias al artículo periodístico publicado a fines de noviembre, muchas personas le donaron lo que necesitaba para comprar las semillas. Semanas más tarde, pudo ver los primeros brotes de repollos, brócoli, berenjenas, zapallitos, sandías y melones. También sembró plantines de tomates, chaucha enana, maíz y hasta una planta de uvas.
El productor explicó que en los Valles Calchaquíes, durante la mayor parte del año, las crudas heladas congelan toda la producción y que para cultivar a cielo abierto hay que aprovechar la calidez de los meses de verano (de diciembre a febrero).
Pero él soñaba con tener un “mercado en las alturas” y construyó un invernáculo de 4 metros de ancho por 12 de largo sobre la ladera de una montaña. Asentado sobre una base de piedra, las paredes de adobe y el plástico que recubre el techo, se funden en el ocre y el rojizo del paisaje de la cordillera.
La historia del pomeño
Soriano nació en 1988 y junto a su familia eran los únicos pobladores del paraje. Allí vivía con su abuelo Calixto, su abuela Trinidad, su madre, su tío y su hermano. “Estudié en la escuelita Saladillo que construyó mi abuelo: él era albañil picapiedras y uno de los mejores en la Poma. Me enseñó todo lo que sé”, explicó.
De joven trabajaba como tractorista, criaba animales, elaboraba quesos de cabra y hacía “changas” como albañil. “Me casé con mi señora Antonella y nació William, mi primer hijo. Eran tiempos difíciles: vivíamos al día, sobre todo con lo que nos dejaba la cosecha de arvejas que lo único que se puede cultivar”, relató.
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/X6G7DWCQ6JE2VDAKZ3QZOIBIME.jpg)
Sin embargo, tenía un gran proyecto en mente, pero necesitaba dinero. “Gerardo Laime, un maestro que tuve en la escuela, fue mi inspiración. Nos enseñó a hacer un invernadero y a mí me encantó”, detalló.
En octubre del año pasado, se decidió y con la ayuda que recibió de un Plan Potenciar y lo que obtuvo por vender algunos animales, compró los materiales de construcción. Piedra por piedra, él solo levantó los cimientos a casi 4000 metros de altura que darían vida a su obra.
Un camino cuesta arriba
El invernadero cuenta con 12 canteros y es cuidado a diario por el pomeño que recorre todos los días dos horas de caminata para ir a verlo. Muchas veces lo acompaña su hijo, que hoy tiene 9 años, y heredó la pasión de su padre: lo ayuda a regar, a ventilar, a quitar pulgones y sacar malezas (utilizan abono natural de corral y guano de hormiga).
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/IYB6I3DFNREZBPWKLMCVKJXCGA.jpg)
Al lugar se accede solamente en camioneta o en tractor. “Acá no se llega ni en moto, ni en bicicleta: hay que caminar. Para bajar la cosecha uso mis 4 x 4 que son mis dos mulas”, afirmó el agricultor de 33 años.
Hace unas dos semanas nacieron las primeras verduras y hortalizas que fueron consumidas por la familia. En poco tiempo, el productor se convertirá en proveedor del comedor de la escuela donde asistió de pequeño. “Me encantaría poder vender a otros lugares, pero para eso tengo que agrandar la construcción que tengo”, explicó.
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/artear/TXWCZ3SAJRBWVE66YGADBNQKX4.jpg)
Al atardecer, el viento comienza a soplar y sobre las cumbres nevadas vuela un cóndor andino. Sentado fuera de su casa, Soriano contempla el paisaje y piensa en su padre, Agustín Mamami, quien le enseñó a manejar por primera vez un tractor y a quién perdió la semana pasada debido al Covid. “Agricultor por mi padre y albañil gracias a mi abuelo”, dijo, casi en un susurro.
Su familia y su trabajo en el campo lo hacen seguir y también su sueño de edificar un segundo invernáculo, aún más alto. Sabe que es difícil y que para lograrlo necesita ayuda. Quizá pronto llegue ese día que nuestro país supere a Nepal y un salteño logre erigir, en los Valles Calchaquíes, el invernadero más alto del mundo.